INTRODUCCIÓN

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JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

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31/12/08

La Fuente del Ojo



El día en que su abuelo lo llevó de la mano a conocer la Fuente del Ojo, era Viernes Santo en la tarde y hacía una calor impropia del mes de abril. Por aquel entonces el Negrito no levantaría más de cuatro palmos del suelo y la vida era tan nueva para él, que muchas cosas aún carecían de nombre y tenía que señalarlas con el dedo.
–Padre, ¿qué es aquello d’ allá ‘rriba? –había preguntado poco tiempo atrás, cuando se hallaban ambos sentados en un banco de piedra del Paseo de los Mártires.
–Es el reló del Borrás –le respondió. Y su abuelo se puso entonces a desvelarle el misterio de los minutos y las horas. (El Teatro Borrás, ¡qué lástima!, con su fachada de estilo ecléctico, de la cual sobresalía un gran reloj con doble esfera, fue víctima más tarde de la fiebre urbanística de los sesenta, cuando imperaba el torpe gusto por construir modestos rascacielos).
En Viernes Santo se decía que estaba el Señor muerto, por eso todas las emisoras de radio (el invento de la televisión a penas se conocía entonces en el pueblo) ponían ininterrumpidamente música clásica o sacra, mientras que los bares y tabernas permanecían cerrados, así como cualquier local de ocio o esparcimiento: cines, Club del Guía, Hogar del Productor, etc. De manera que la gente, año tras año, había tomado la sana costumbre de ir por la tarde paseando hasta la Fuente del Ojo, que era el lavadero público situado entre oliveras y balsas de cocer esparto a más de un kilómetro del pueblo, al otro lado de la vía del tren.
Al Negrito, su abuelo le había enseñado a leer en un viejo “Catón Moderno” al mismo tiempo que a hablar, pero el médico con quien tenían la iguala, con motivo de unas misteriosas hemorragias nasales que dejaban al crío pálido como el yeso, les había advertido que no era bueno adelantar el aprendizaje del niño a su desarrollo físico. Por lo que éstos durante un tiempo prudencial escondieron los libros que había por la casa.
Mas el Negrito, yendo aquella tarde con su abuelo camino de la Fuente del Ojo entre el gentío de todas las edades, leyó en voz alta: “MANUFACTURAS MECÁNICAS DE ESPARTO, S.A.”, al pasar por la Fábrica de Manufacturas (luego, con el transcurrir del tiempo, decaería la industria espartera en el pueblo; el esparto, objeto de codicia en otro tiempo y digno de ser robado de noche en los montes y en las tendidas, perdería todo valor; y ya, cuando a principios del siglo XXI, y tras cien años de funcionamiento, demoliesen aquel viejo edificio de Manufacturas con el afán de construir pisos, dejarían abandonada en mitad de un solar la singular maquinaria a merced de los agentes meteorológicos).
El Negrito había oído de vez en cuando a su abuela, que la pobre era analfabeta y no sabía ni leer la hora en los relojes, guiarse por los pitos de las fábricas. Los pitos, o sirenas, que sonaban a la entrada y a la salida de los obreros (picadoras, rastrilladores, corchadores, peladoras, etc.), se podían oír en todo el pueblo, y la gente, que conocía la procedencia de cada cual, los tomaba como hitos del tiempo para compartimentar sus ritmos vitales, o para poner en hora sus relojes parados por falta de cuerda. Y de entre los pitos más fiables, que sonaban a determinadas horas en punto, estaban los de la Fábrica de Manufacturas.
–Voy a echar el arroz, que ha tocao ya el pito de Manufacturas –decía ella algunas veces. O también–: Yo, en cuanto siento por la mañana trempano el pito de Manufacturas, echo los pies al suelo y ya no paro de trajinar en to el día.
Su abuelo no. Su abuelo del Negrito tenía un “Roskopf Patent” de plata con leontina, que llevaba siempre en el bolsillo de la blusa, y al que daba cuerda todas las noches antes de acostarse. Aquel espléndido reloj de esfera clara y numeración arábiga, cuyo tic-tac era tan sonoro que se podía oír a distancia, lo había comprado según contaba en el zoco de Tetuán, cuando estuvo cumpliendo su servicio militar durante la Guerra de África, y siempre que el crío lo observaba maravillado, él le repetía al oído:
–Cuando yo me muera, este reló será pa ti. –Algunas veces lo decía incluso en presencia de la abuela o de los padres del Negrito–: Cuando me muera, el reló será pa él, ¡eh! –Aunque luego, a la hora de la verdad, nadie se acordó de aquella temprana voluntad del abuelo y el reloj fue para el primero que le echó mano.
“Hoy está el Señor muerto”, repetía la gente por la calle. Así que no se podía cantar ni hacer alarde de alegría en público, sino que más bien era día de oración, ayuno y abstinencia. Y la abuela, como tampoco se podía comer carne (sólo los señoritos se lo permitían pagando una bula), después de ver la procesión, hacía un arroz con caracoles o con collejas, que el abuelo traía de los bancales.
A ambos lados del camino de la Fuente, en las explanadas sin árboles y en los claros del olivar, quedaba todavía algún “boliche” de cuando la fiebre del esparto; y, por todas partes, se veían las “carreras” de los hilaores, los cuales no trabajaban aquel día tan señalado e iban por ahí con ropas de decente de un lado para otro sin saber qué hacer, pues estaban acostumbrados a caminar para atrás durante la jornada y a apalancarse luego en el mostrador de la taberna.
Lo de ir por aquel tiempo a la Fuente del Ojo en Viernes Santo era, ni más ni menos, una especie de “romería civil” a extramuros, pues aún no se había construido el Santuario en el Cerro de la Atalaya. La gente entonces, puesta de limpio, sin ruido ni alharaca, encaminaba sus pasos hacia aquel espléndido lugar del oripié de la Sierra de Ascoy. (Con el devenir de los años se borraría dicha práctica; el paso del tiempo tendría por fiel aliada la desidia de los hombres, y, tras perder su utilidad como lavadero público, la Fuente del Ojo se convertiría en un basurero, se hundiría y sería sepultada en el olvido de las generaciones venideras).
Al Negrito, de sus recuerdos más primigenios, el de ir de la mano de su abuelo aquella tarde lejana, le quedaría para siempre amarrado a su memoria. Por el camino de tierra, acarrilado de los carros y lleno de cagarrutas de los ganados de cabras, iban otros abuelos con sus nietos, padres con sus hijos pequeños, novios formales comiéndose con la mirada y con el roce exiguo de la piel (lo único que las autoridades permitían bajo una estricta y vigilada moral pública), iban grupos de chicas en edad de merecer, zagalones buscando a quién echar el ojo, y adolescentes que no sabían qué hacer con sus cuerpos recién estrenados aquella luminosa primavera.
Por el camino también, entre el bullicio –recordaría el Negrito–, iba el carrito de las pipas y los garbanzos torraos, el de las rajas de coco y el de las almendras rellenas y las manzanas de caramelo rojo; iba el hombre patizambo que vendía milhojas a peseta con una cesta grande de mimbre al brazo, el que ofrecía arrope calabazate en dos orcicas de barro atadas al portaequipajes de su bicicleta; y, como aquella tarde hacía mucha calor, iba también el carrito de madera del chambilero, vendiendo chámbiles y polos de limón, chocolate y fresa.
Cuando llegaron, la gente se había desbordado por todas partes. Abajo estaba la Fuente del Ojo y arriba los losados de piedra por donde se subía a los Casones, paradigma durante muchos años de la miseria en el pueblo. Su abuelo entonces le señaló el edificio del lavadero como quien tiene la potestad para mostrar el mundo, y al Negrito le pareció grande la cubierta de teja vana soportada con maderamen de Canadá y pilares de ladrillo árabe. Bajo ella estaban las pilas, en las cuales lavaban día y noche las mujeres (colgadas del techo, unas bombillas descarnadas de 125 voltios esparcían su luz taratañosa en las horas de insomnio), pues algunas tenían que ir a lavar de noche para cumplir de día su jornada en la fábrica. Las pilas, con losas corridas de piedra, donde enjabonaban, restregaban y golpeaban la ropa, eran tres: dos longitudinales y una transversal llamada “el aclarador”. Luego, a unos pocos metros, estaba “el Ojo”, el manantial situado en una grieta, cuyo caudal, tibio en invierno, era tan abundante que el agua, al aflorar, roncaba en la angostura de la roca. Mas en la tarde del Viernes Santo nadie podía lavar: era costumbre, sin embargo, dejar las pilas rebosar de agua clara; y sólo algunos chitos descarados, que burlaban al guardia, andaban por allí medio en cueros, chapoteaban y zambulléndose en ellas a placer. El abuelo también le explicó al Negrito que más arriba de los losados había muchas personas que vivían bajo tierra en el seno de una pobreza primitiva, las cuales, con el estigma de la marginación grabado en la frente, quizá sintieran cierto alborozo de mezclarse aquella tarde de Viernes Santo con la gente endomingada del pueblo.

2 comentarios:

  1. Te ha faltado hablar de la joven que se aparecia lanoche de san juan en la fuente del ojo. Me gusta tu blog.

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Cuentos del Rincón

Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
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* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
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Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"