INTRODUCCIÓN

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JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

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23/8/15

Cieza en el tiempo, sonidos y olores

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Balsas de Doña Vicenta, donde otrora se cocía esparto y cuyo hedor impregnaba el aire en varios kilómetros a la redonda.
Todo cambia con el tiempo; y no solo las personas o el paisaje, o nuestro estilo de vida, tan ligado en la actualidad a los automóviles, a los electrodomésticos y a las nuevas tecnologías. Sino que esta sociedad nuestra, cual un río que nunca se detiene ni puede volver atrás, nos empuja día a día y nos transforma en seres cada vez más dependientes, llenos de necesidades, las cuales sentimos a veces como si fueran lo más perentorio del mundo (piensen en la rotura del móvil, en la avería del frigo o en el aire acondicionado que deja de funcionar), pero que luego la misma sociedad se ofrece a remediar a cambio siempre de dinero; por lo que ganar dinero se ha convertido en una constante de la vida moderna (cada vez creemos necesitar más cosas: viajar, practicar deporte, estudiar idiomas, contratar internet, vestir a la moda, poseer teléfono de última generación, cambiar de coche, etc.) Mas esta evolución social, donde las distintas épocas mantienen rasgos diferenciados unas de otras, conlleva la pérdida o la aparición de matices que muchas veces no echamos al ver, pero que están ahí; pequeñas cosas que antes eran y ahora ya no son; cosas simples que nos rodean, que forman parte de la vida cotidiana y que nos proporcionan datos para comprender y distinguir nuestro entorno.

Entre estas pequeñas cosas que el viento de los cambios se llevó para siempre del modo de vida de nuestro pueblo, podemos hallar algunos sonidos y olores que hace años estaban presentes en las calles y en las casas de Cieza, y que hoy en día han desaparecido dejando paso quizás a otros nuevos. Tomemos una época pasada: década de los cuarenta, por ejemplo, que muchos de ustedes, jovencitos entonces, quizá todavía recuerden. En nuestro pueblo aún se oían los mazos de picar esparto de algunas fábricas, “¡pom-pom!” y “¡pom-pom!”, de noche y de día, sin parar; los pesados mazos de madera golpeando sobre las piedras, asistidos estos por las picadoras, las mujeres que metían con su mano la “abarcaúra” de esparto en el instante preciso en que descendía la enorme viga de carrasca (a veces no llegaban a tiempo y el mazo chocaba con un golpe seco en la piedra picadera); ruido ensordecedor el de los mazos de picar esparto, en las fábricas del Gallego, del Precioso, del Nene Guirao, de Zafra, de Zamorano..., que las mujeres tenían que soportar durante largas jornadas, hasta perder muchas el sentido del oído con los años.

El sonido de los carros circulando por las calles. Entonces eran escasos los automóviles y para el transporte de todo tipo de mercancías abundaban los carros. Estos, además del chasquido de los aros de hierro de sus ruedas partiendo las chinas en las calles, todavía sin asfaltar, hacían un ruido característico: el “chaveteo”. Chaveteaban los carros cargados de esparto, cruzando el pueblo en dirección a las industrias; los que llevaban grano a los molinos, los que transportaban paja, o piedra para construir casas, o ladrillo de la Cerámica de los Sánchez, o grava de las graveras; los que iban cargados de leña para cocinar y calentarse en los hogares, los que llevaban oliva a las almazaras o basura para fertilizar la tierra. (Las chavetas eran las piezas que, a modo de travesaño, impedían que las ruedas de los carros se salieran; estas no iban sujetas, salvo metidas por su peso en las ranuras de los extremos del eje, por tanto se movían constantemente con los vaivenes del rodar sobre los baches). De modo que el chaveteo de los ejes, unido al “¡clac-clac!” de las caballerías herradas (a veces enjaezadas con cascabeles que sonaban al compás del trote), eran elementos que formaban parte del paisaje sonoro de las calles de Cieza.

También se oían los “pitos” o sirenas de las fábricas. Cieza era un pueblo industrial. El sector de la espartería y su industria de transformación había llegado a tener un auge importantísimo en nuestro pueblo. Entonces se escuchaban los pitos que marcaban la entrada o salida de obreros, o los cambios de turnos. Uno de los pitos más fiables, que servía incluso para poner en hora los relojes, era el de Manufacturas Mecánicas de Esparto, buque insignia de la industria espartera en Cieza, que funcionó durante un siglo, que finalmente fueron demolidas sus infraestructuras junto al Camino de la Fuente para hacer pisos, que durante años dejaron parte de su maquinaria original (importada en su día de Belfast, Irlanda del Norte) en un descampado al desamparo de los agentes meteorológicos y los amigos de lo ajeno, y que un día se la llevaron a otro lugar para depositarla en el olvido o la destrucción total.

Y finalmente, entre otros sonidos típicos de entonces, el “tilín-tilín” de la campanilla de los muertos. Aún no existían los altavoces del Ángel de las Mantas y los fallecimientos se anunciaban por las esquinas con una campanilla. La gente entonces preguntaba al “campanillero” y este daba la noticia con pelos y señales del finado.

En general, eran tiempos más silenciosos que los actuales, en los que no existía la invasión de coches y motos en las calles, que nos agreden con su contaminación acústica, ni los aparatos de televisión, que en muchos hogares entontecen y bloquean la comunicación familiar con su ruido. Tiempos aquellos en los que podía oírse, desde el interior de las casas, además del vuelo de las moscas en la penumbra, el paso de las burras por las calles del casco viejo, adoquinadas después de la Guerra, o el “ras-ras” de las escobas de palma, cuando las mujeres barrían frente a sus puertas en las calles del “ensanche”, todas de tierra hasta los años sesenta.

En cuanto a los olores de aquella época, el principal era el del esparto cocido. El pueblo entero olía a esparto cocido, bien por el tufo que traía el viento de las balsas cuando las “sacaban”, las cuales se hallaban en derredor de Cieza (en Ascoy, en la Estación, en la Ermita, en La Fuente, en el Maripinar, en la Arboleja, en el Camino de Abarán, en Bolvax...), bien por el olor que desprendía el propio esparto, cocido y picado, con el que se hacía lía en todas las casas. El de hacer lía era un “trabajo a domicilio” que se realizaba para matar el hambre; el empresario proporcionaba la materia prima: el esparto, por unidades de arroba (equivalente a 11’5 kg.), y las trabajadoras o trabajadores, entregaban después el producto acabado: la lía, de diferentes manufacturas, igualmente por peso para evitar el “sisado” de esparto (un bien preciado en la época). En relación con esta actividad tan común entonces entre los ciezanos, había palabras sobreentendidas, como el verbo “entregar”. (“¿Aónde vas nena?” –“Via’entregar”). Lo mismo que, en relación con las balsas, el verbo “sacar” (“están sacando la balsa de Migaseca, o la de Miñano, o la de Tarazona...”) Esto era que, tras el vaciado del agua, los hombres tenían que sacar a cuestas los bultos de esparto (después de 30 o 40 días sumergidos), chorreando el agua putrefacta, cuya hediondez se les metía hasta en los poros de la piel y no podían quitársela luego ni frotándose con piedra pómez.

Otro olor generalizado era el de las bestias. En muchas casas había burras, además de las que acudían del campo con su carga o, simplemente como “transporte” de personas. (Gentes de diversos parajes utilizaban sus caballerías para venir al pueblo; aparejaban la mula o la burra con las aguaderas de pleita o con el serón y llegaban montados para hacer compras o para traer los esquilmos de la tierra a los señoritos). Las bestias, a su paso por las calles y en sus paradas, atadas a las rejas o a las anillas que al efecto había en las fachadas, dejaban excrementos o meaban por doquier, y, aunque los barrenderos los recogían (para su provecho, pues luego vendían la basura a los huertanos), los olores fuertes a cuadra se hallaban impregnando el aire en todo el casco urbano.

En las casas se olía a jabón casero, a polvos de la ropa, o a Flik para matar las moscas; a humo de leña de la lumbre para hacer la comida o para calentarse en invierno; a estiércol de los corrales, donde había gallinas, conejos o cerdos; a Zotal para desinfectar retretes y pozos ciegos (muchas casas carecían de alcantarillado y cuando los pozos negros se llenaban, había que vaciarlos a ciertas horas de la noche).

Por las calles pasaban también los ganados de cabras dejando su fuerte olor, a las cagarrutas esparcidas por el suelo y a las feromonas endemoniadas del macho cabrío. Pues algunos cabreros tenían sus corrales dentro del pueblo, a donde acudían las mujeres con su ollica para comprar la leche recién ordeñada, que luego tenían que cocer haciendo que esta “subiera” tres veces (la leche se expande en el punto de ebullición hasta salirse del recipiente; por tanto, había que retirarla del fuego y volverla a poner). De manera que los pastores salían por las mañanas con los animales para llevarlos pastar a la huerta o al monte y volvían a la tarde, cuando las cabras a duras penas podían andar, con las tetas plenas como cántaros.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 15/08/2015 en el libro de conmemorativo de los veinte años de "EL MIRADOR DE CIEZA")

2 comentarios:

  1. Eran otros tiempos con sus penas pero también con sus glorias. Un excelente artículo que retrata magistralmente una época, nuestra historia.

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Cuentos del Rincón

Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
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* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
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Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"