Majestuosa, la palmera |
Les empiezo diciendo esto por la importancia que tiene el saber hablar bien, el lograr que otra persona entienda lo que uno quiere expresar. Mas para eso, lo primero es conocer las palabras de nuestra lengua (“¡Intelijencia, dame el nombre exacto de las cosas!”, que dijo Juan Ramón Jiménez). Se sabe que el español tiene más de ochenta mil palabras, pero en el habla corriente, y aun tratándose de gente de mucha cultura, no se superan las cuatro mil. ¡Qué cuatro mil..., ni cuatrocientas!, pienso yo. Por eso hay que aprovechar todos los ratos que se pueda y leer libros.
Pero a lo que iba, más que al saber hablar, es al hablar del saber. ¿Qué quiere decir esto? Pues que hay temas de ciertas áreas del conocimiento humano que pueden parecer demasiado profundos o complicados, y entonces pensamos que no estamos a la altura de entender tales cosas. Hemos oído muchas veces decir a alguien: “yo no entiendo de política” o “yo no entiendo de economía” o “yo no entiendo de informática”, etc. Bien, pues yo opino que todos podemos entender de algo si alguien sabe contárnoslo adecuadamente.
Miren, una vez conocí a un tipo que daba la explicación más estrambótica que jamás he oído sobre el funcionamiento de un transistor. (El invento del transistor –y no me estoy refiriendo a aquellas radio pequeñas que andaban precisamente a base de transistores– fue en su momento el “güevo de Colón” de la electrónica, y su comportamiento es pura física y química). El tipo, que sin lugar a dudas era docto en la materia, decía: “un transistor se compone de dos enanitos y un grifo: uno de ellos está agarrao al grifo y el otro está detrás; la misión del primero es abrir o cerrar el grifo (al paso de una corriente eléctrica) y la del segundo es darle patadas en el culo al primero, de tal forma que cuanto más fuertes son las patadas en el culo, el otro abre más el grifo...”. (¡Desconcertante! Mas nadie, oyendo semejante explicación, dejará de entender a grosso modo cómo funciona dicho invento de la ciencia).
Les confieso que tenía pensado hablar de otro asunto esta semana, pero me he decantado por este tema oyendo en mi radio del cuarto de baño a Manuel Toharia. ¿Que quién es este señor...? Pues la Wikipedia, esa enciclopedia global de internet, lo define como “divulgador científico”; además es el director del Museo de las Artes y las Ciencias de Valencia, cuyos edificios son esas estructuras tan llamativas del arquitecto Calatrava situadas en el viejo cauce del Turia. Yo sinceramente creo que este señor sabe mucho más de lo que dice, o divulga, pero desde luego, aquello que explica, aunque se trate de temas científicos al más alto nivel, lo hace de manera tan clara y amena, que uno le está oyendo y está asimilando en su mente hasta la última palabra. A mí me deja embobao cuando le escucho. (¡Hasta mi abuela, analfabeta, que por incomprensión jamás pasó a creer la llegada del hombre a la Luna y murió pensando que era una patraña de los americanos, hubiera entendido perfectamente el giro de los planetas de la boca de Manuel Toharia!) Eso tiene un gran valor y, qué quieren que les diga, a mí me admiran las personas con ese don.
Un libro que leí hace tiempo y también tuve la misma sensación es “El
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Universo”, de Isaac Asimov. Este autor de origen soviético escribió sobre muchos temas, incluso novelas de ciencia ficción, pero cuando se dispuso a contarnos cómo funciona este enorme reloj suizo que es el universo, lo hizo de tal manera que cualquier persona, aunque a priori no sepa ni quienes fueron Copérnico, Galileo o Képler, puede llegar entender el movimiento perfecto de los astros y la magnitud estelar de las galaxias.
Miren, mi preocupación cuando les escribo estos artículos es abordar los temas con la mayor sencillez posible. Muchas veces vuelvo atrás y cambio ciertas palabras por otras, que teniendo la misma exactitud, son más asimilables por todos; prefiero el enfoque vulgar de las cosas, pues si somos parte del universo, por ejemplo, por qué va a estar su conocimiento reservado sólo a unos pocos científicos. Les haré una confidencia: mi mejor logro fue cuando me atreví a escribirles, allá por octubre de 2010, un artículo denominado “Química somos”, y, de las muchas personas que por la calle me dan su opinión o me hacen un elogio, que yo agradezco sinceramente (gente de toda profesión o estudios), lo hizo esa semana un hombre que trabaja de albañil. (¡Lo había comprendido todo y le gustaba!) Eso quizá resuma lo que llevo escrito.
Y ya que he empezado ponderando el discurso oral inteligente y acabo con las reflexiones escritas, siendo la poesía la reflexión más noble del ser humano, les recomiendo un librico que se ha publicado en Cieza estos días atrás: “Anatomía de un pensamiento”, del poeta ciezano Manuel Balsalobre Ato. Es algo sencillo, puro, sin otra pretensión que la de comunicar emociones, machadiano en cierta manera (¿hay otro adjetivo que indique más hondura y sencillez a un tiempo?). Con él en la mano, nadie podrá decir que no entiende la poesía.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 05/05/2012 en el semanario de papel "El Mirador de Cieza")
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