INTRODUCCIÓN

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JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

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31/12/08

El viaje de Viernes Santo

Revista La Cortesía, nº 1, en que publica su relato "El viaje de Viernes Santo


La primera luna llena de la primavera, que viene a señalar todos los años las fechas de la Semana Santa según la tradición de la Pascua judía, cayó aquél por el veintitantos de marzo. Y justo un mes antes, cuando los muchachos coincidieron en la almazara, habían empezado a tramar el viaje.

La almazara de Los Castellanos, que andaba con la energía eléctrica producida por un viejo, ruidoso y maloliente alternador de gasoil, en temporada alta de invierno –hacia febrero, pues dicen que “quien coge la oliva antes de enero, deja el aceite en el madero”– no paraba durante el día ni la noche de trabajar. Allí, los olivareros de todos aquellos andurriales, y de otros campos más alejados, incluso de algunos pueblos vecinos, acudían con sus cargamentos de aceituna y pedían la vez para su molturación.

Aquel domingo amaneció un día crudo y al sol, escurrido tras un cielo gris y taratañoso[i], parecía costarle trabajo iluminar la tierra. A media mañana el Nazarico y su padre llegaron a Los Castellanos con más de treinta fanegas[ii] de oliva metidas en monos[iii]; entonces el almazarero les dijo que les tocaría el turno a eso de las cinco de la tarde, más o menos.

“Vusotros vai entrá a las cincu” –les dijo el hombre, frotándose las manos negruzcas y pringosas de la faena. Por lo que durante las horas de espera, y una vez que desengancharon las mulas del carro y les pusieron algo de pienso en la sarrieta[iv], los zagales estuvieron haciendo planes sobre aquella escapada al pueblo grande del otro lado de la montaña.

El Nazarico jamás había ido a Cieza, donde vivía su tía la Carlota, que estaba casada con uno que era marchante de ganado pero que no tenían hijos. El Nazarico, a lo sumo, se acercaba algunas veces hasta Ricote, no más de tres o cuatro al año: que si a cortarse el pelo, que si a herrar[v] las bestias para la trilla[vi] o que si a llevar los terrajes[vii] a su Señorita, la cual vivía en una casona umbrosa y blasonada, y siempre daba en preguntarle que cuándo había oído misa la última vez.

“Nazarico, ¿cómo andamos con las cosas del Señor? ¿Le rezas mucho a la Virgen? ¿Cuándo has oído misa?” –se interesaba ella. Pero el muchacho, analfabeto como su padre, que había recibido la primera comunión en una misa de campaña en el caserío de Los Castellanos por imperativo de una Señorita piadosa de Madrid que venía de uvas a peras y ponía en solfa a los hijos de los labradores, echaba la vista al suelo y no decía ni mu, ya que de por sí el Nazarico era zagal de pocas palabras.

Por San Sebastián no obstante, cuando las fiestas del pueblo, fue la última vez que el Nazarico había viajado hasta Ricote, y se había feriado una navajica con las cachas de colores y con su cadena para llevarla sujeta a una pretina del pantalón. Sus tres hermanas del Nazarico, sin embargo, en rara ocasión visitaban el pueblo, pues ellas llevaban el pelo recogido en trenzas, y sus tareas, aprendidas y asumidas gradualmente conforme crecían las pobre hijas, no eran otras que las propias de llevar para adelante una casa de campo, como lavar la ropa, amasar el pan o cuidar del averío[viii].

Bajo el runrún constante de la almazara, cuyo olor pastoso poblaba las capas del aire impregnándolo todo, unos comieron antes y otros después. Y para cuando los que estaban en espera echaron mano de sus viandas, el Serafín, dos años mayor que el Nazarico y con algo más de mundo, estuvo alardeando de sus conocimientos sobre el pueblo del otro lado de la sierra: que si había muchos bares y tabernas, que si había grandes cines, que si había un paseo de esta forma y de ésta, o que si el año antes había visto con sus propios ojos a Renato, haciendo títeres de funambulista en la Plaza de España y volviendo locas a las mocitas. Por lo que al final todos dieron por sentado que para la próxima Semana Santa, que estaba al caer, irían a Cieza a ver las procesiones.

No fue a las cinco de la tarde, sino a las diez de la noche cuando al Nazarico y su padre les tocó hacer su aceite. Entonces comenzaron a descargar del carro los monos de pleita, algunos de los cuales iban ya rezumando el fermento de la aceituna, y los transportaban a cuestas hasta vaciarlos en la tolva, que estaba en alto y a la cual se accedía por una escalera con peldaños de chapa. Mas como por entonces la gente del campo era bastante solidaria y, “hoy por ti, mañana por mí”, se echaban una mano en las faenas, los zagales de otros turnos de molienda, amigados, colaboraron en el trajín: que si entrar la oliva, que si envasar el piñuelo[ix], el cual salía hecho levas[x] de los cofines[xi], que si llenar las zafras[xii] con las medidas de hojalata o que si recoger las heces[xiii] para hacer luego jabón. Y mientras tanto, en plena madrugada insomne por el trabajo duro, quedaron en firme el Serafín, el Nazarico y otros tres o cuatro muchachos de por allí, que los pobres tampoco habían visto más horizontes que los del Campo de Ricote, para marchar a Cieza el Viernes Santo por la mañana.

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(Continúa)

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[i] Telarañoso.
[ii] Medida de capacidad para áridos equivalente a 55’5 litros.
[iii] Vasija cilíndrica con tapa redonda, confeccionada de pleita de esparto, utilizada para envasar la oliva.
[iv] Capazo grande de pleita que se solía llevar en los desplazamientos para echar pienso a las bestias.
[v] Poner herraduras a las caballerías
[vi] Faena o jornadas durante las cuales se trilla o muele la mies en la era.
[vii] Parte de la cosecha que, según el sistema de aparcería, debía entregársele al dueño de la tierra.
[viii] Conjunto de animales domésticos de una casa de labor.
[ix] Pasta de la oliva machacada y exprimida ya de su aceite.
[x] Bloque aterronado de alguna materia.
[xi] Vasija de malla de esparto, de forma circular, con reborde y agujero en el centro, que se utilizaba para prensar la pasta de la aceituna en la almazara.
[xii] Vasija cilíndrica, normalmente de hojalata, que se utilizaba para contener el aceite.
[xiii] Posos.

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Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
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* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
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Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"